Por Luiggi José Fernández
Hace poco más de cinco años cinco años, que el mundo vió partir hacia la eternidad a un gran ser humano, a un gran lider, a un hombre que supo representar a los más desposeidos.
Hace poco más de cinco años cinco años, que el mundo vió partir hacia la eternidad a un gran ser humano, a un gran lider, a un hombre que supo representar a los más desposeidos.
Un hombre que si grande fue en vida, más lo sería en su muerte. Rabinos, Imanes, Pastores, el mundo entero endechó hasta más no poder, no solo al pontifice católico, sino al abanderado de las causas nobles, al hombre del trato afable, al hombre que perdonó a quien intentó asesinarle y propugnó por el cese de la violencia de genero y se manifestó contra la guerra y la injusticia.
No de valde, en su sepélio la multitud aclamó fuese investido con la condición de Santo Súbito, o lo que es igual elevación a la calidad de Santo al Instante.
Quizás Karol Wojtyla no era un santo, usted y yo podemos pensar lo que nos venga en gana, pero su labor conciliadora, propulsora de la paz mundial, su humilde actitud de pedir perdón por los muchos desaciertos que su iglesia cometió en el pasado, durante la inquisición y más recientemente, hace que el hombre se acerque mucho a esa condición, Independientemente de que quien lo juzgue sea catolico, protestante, budista, Indú, musulmán o simplemente incrédulo o ateo, no hay duda que fue un gran titán.
En nuestro paso por esta vida no debemos ser mezquinos, antes bien generosos y justos, e independientemente de que la beatificación de Juan Pablo II provea a los católicos del mundo un nuevo "idolo" o "intercesor" nosotros preferimos pensar que lo que hoy ahce su congregación es otorgarle cierta forma de inmortalidad, una honra merecida que alcanza a tan poco tiempo de su partida.
Su exaltación ocurre en un momento en que la iglesia de Roma atravieza uno de los peores momentos de su historia, desacreditada, pisoteada y vituperada por desaciertos e inconductas de quienes están llamados a ministrar aliento y consuelo en vez de abusos y atropellos a la dignidad humana y deshonran al Dios Todopoderoso a quien juraron servir.
Todo católico debe estar de fiesta y sentirse orgulloso de haber visto pasar por esta tierra a un hombre de la estatura de Juan Pablo II, y más que honrarlo momentaneamente o postrarse ante él a pedirle favores, deben ocuparse de seguir su ejemplo, más aun, apartarse de todo pecado y buscar la santidad, para que a travez de Cristo puedan alcanzar la vida eterna
No somos católicos, no nos postramos ante ídolos de ninguna clase, ni propiciamos culto a ninguna cosa o persona bajo la luz del sol que no sea el Eterno y Soberano Señor. Sólo Dios es digno de toda gloria, honra y adoración, pero entendemos y vemos como un acto de justicia el homenaje que hoy le rinde la grey católica a un siempre dispuesto embajador de la buena voluntad, a un hombre de bien, que Dios en su augustisíma y soberana misericordia sabrá juzgar un día.
Como el apostol Pablo, concluímos diciendo que honrar, honra y parafraseando a nuestro Señor y Salvador Jesucristo agregamos: "Denle a Juan Pablo II lo que es de Juan Pablo II y a Dios lo que es de Dios".